jueves, 16 de octubre de 2008

ARRECIFES

"No te metas al mar de noche" dicen los pescadores. El mar no duerme, abre sus olas, trayendo profundidades a golpe de mano.

Pero hay oscuridades más profundas que las del mar de noche. Pablo tenía pesadillas. Le veías la noche viva en su semblante. Sus ojos verdes escondidos en cuencas grises brillaban con un extraño candor en el fondo pero nadie se atrevía a acercarse. Sueños nublados habitaban detrás de sus ojos. Pablo estaba cansado. Ya no soñaba, ya no dormía, ya no vivía.

Dicen que  los sueños dan vida. Pero cuando los sueños son secuestrados se van muriendo encerrados desde dentro. 

Pablo caminó hacia la playa, sus pies se enterraron en la arena, aplastando agujeros de cangrejos ermitaños. El mismo era así. Solitario, encerrado no sólo en su cabaña, sino en su interior. Su coraza estaba hecha de silencio y laberintos monosílabos como "Sí", "No", "No sé", "porque sí" eran los únicos lugares a donde se podía llegar con el. Pablo habitaba la frontera de la soledad. Nadie sabía porqué.

Le gustaba ir a los arrecifes. Flotaba horas observando, de repente se le veía sumergirse y salir contento con alguna estrella de mar, como si la hubiese traído del cielo. De alguna manera para él lo era.

Dicen que les ponía nombres a sus estrellas. Algunas las tenía en su casa, otras las dejaba en el mar.

Siempre volvía al mar, pero nunca en la noche. 

Pablo quería descansar, quería dormir, quería soñar.

El cielo con estrellas de mar ha de ser un buen lugar para hacerlo.


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